Vista desde el espacio se observa la huella que millones de años de historia geológica dejaron en la península del norte de México; en su región sur es una marca rugosa que la recorre casi por entera. Se trata de las sierras La Giganta y Guadalupe, un territorio apenas explorado que arranca —o termina, como el lector prefiera—, en la bahía de La Paz, se extiende a lo largo de 350 kilómetros, tiene un ancho que va de los 35 a los 55 kilómetros y abarca cuatro de los cinco municipios de Baja California Sur: La Paz, Comondú, Loreto y Mulegé.
La inmensidad de esta cadena montañosa hace necesario dividirla en tres regiones: norte, centro y sur. Desde luego, cada una presenta características propias e incluso, por su complejidad, quienes las estudian han hecho subdivisiones y definido zonas y subzonas, pues dicha serranía encierra profundos cañones, alargados valles, mesetas, picos y planicies costeras.
Sarahí Gómez Villada, analista del Centro Mexicano de Derecho Ambiental (CEMDA), explica que estas sierras “son sitios de enorme importancia ambiental, biológica, social y económica para la región. En ellos encontramos matorral, oasis, lagunas temporales o bosques de encinos, entre otros ecosistemas que cuentan con especies endémicas, muchas de ellas bajo alguna norma de protección”. Además, la experta señala que en estos tiempos en los que el tema del calentamiento global está sobre la mesa más fuerte que nunca, tenemos que recordar que este territorio presta servicios ambientales indispensables, como la producción de oxígeno y la captura de carbono, entre otros.
Son muchos los secretos que La Giganta y Guadalupe ocultan. Sin embargo, uno ya nos fue revelado: “en la región el agua es un recurso limitado; es una zona desértica”, nos dice Sarahí pero, agrega, estas sierras se encargan de proveer agua a toda la región”. ¿Cómo ocurre esto? Gracias a su particular orografía y geología, captan el líquido, ya sea de lluvia o bien el que se condensa al subir por sus laderas; después, baja y forma arroyos, lagunas o se infiltra para alimentar acuíferos subterráneos que emergen en los oasis, esas “islas verdes” que dan sustento lo mismo a las palmeras de dátiles que al puma, el halcón y, desde luego, a las rancheras y rancheros. Es importante mencionar que sin la cubierta vegetal de las sierras, el agua de lluvia o la que se condesa simplemente correría hacia el mar, dejando atrás una tierra yerma.
En el libro La Giganta y Guadalupe, con fotos de Miguel Ángel de la Cueva y textos de Bruce Berger y Exequiel Ezcurra, se explica en los siguientes términos: “el agua proviene de la sierra, y sin los veneros de la sierra la región se muere. Toda la vida proviene de las montañas porque las montañas son el origen de las aguas”. Así, el gran secreto de las sierras es también una advertencia: el futuro y subsistencia del estado de Baja California Sur depende de la conservación de sus sistemas montañosos.
Sin agua, nada
La importancia ecológica de estas montañas fue señalada en el Estudio Previo Justificativo para la Declaratoria como Área Natural Protegida de la Reserva de la Biosfera Sierras La Giganta y Guadalupe, elaborado por la Comisión de Áreas Naturales Protegidas (CONANP, 2014): “la sobrevivencia de las comunidades dentro y en las faldas de las sierras depende del agua que se infiltra y escurre subterráneamente; ésta además constituye la recarga de todos los acuíferos costeros”.
De acuerdo con dicho estudio, es el agua que consume casi 50% de las localidades del estado: “poblaciones como Santa Rosalía, Mulegé, Loreto, San Ignacio, La Purísima, San Isidro, San José de Comondú, San Miguel de Comondú, Ciudad Insurgentes, Ciudad Constitución, Las Pocitas y La Soledad, entre otras”. También proveen el agua al valle agrícola de Santo Domingo, municipio de Comondú, donde se cosecha más de 70% de la producción estatal.
No nos olvidemos de los oasis: con 171, Baja California Sur posee 93% de los que existen en la península. De éstos, sólo cuatro tienen una extensión mayor a 2.0 km2; sin embargo, y como señala el biólogo Juan Hernández Chimol, “aunque la mayoría son pequeños (incluso de 50 metros), en el desierto, cualquier fuente de agua, así sea mínima, es crucial”
Los que habitan las sierras
Estas montañas, como el resto de la península, no han sido exploradas por completo. Incluso hay cañones y picos a los que aún no han llegado los biólogos (o visitantes). “Toda la península se encuentra muy aislada”, sostiene el biólogo Chimol; “de hecho, muchos la vemos como si fuera ‘una isla’, por su alto grado de endemismos”.
Lo que sabemos es que son refugio de 64 especies de mamíferos, 12 de ellos sólo se encuentran aquí, y aunque sin duda el más representativo es el borrego cimarrón, no nos olvidemos del venado bura, la zorrita del desierto o el gato montés. “Recientemente regresó el puma”, agrega, “esta especie es un importante indicador del buen estado de conservación de un ecosistema”.
También las habitan 199 especies de aves, muchas endémicas como el colibrí de Xantus o el tecolote enano, además de las que están de paso durante sus migraciones. ¿Anfibios y reptiles? Se han identificado 37 especies; precisamente es este último grupo el que presenta el mayor de los endemismos.
En cuanto a flora la variedad incluye desde mezquites y palo fierro, hasta encinos o una rara especie de ambrosía que crece únicamente en una de sus mesetas. También importantes son las palmeras de dátiles que habitan los oasis, y es que si bien son una especie introducida, su valor comercial es crucial para la región. Además, está el rey del desierto: el cardón. Se encuentra en toda la península y es la mayor de las cactáceas que lo habitan; llega a medir hasta 20 metros. Muchos de ellos tienen más de 200 años, sus flores son alimento de insectos y aves, y “sus frutos son comestibles y los rancheros lo usan como madera para hacer techos y cercas”, explica Hernández Chimol.
Sin embargo, hay tanto por conocer. Pongamos un ejemplo: sus murciélagos, esa especie tan importante para un ecosistema pero que, como señala la CONABIO, aún cuando es el segundo grupo de mamíferos con mayor número de especies en Baja California, pocos trabajos se han desarrollado para conocerlos. Destaca el caso del murciélago magueyero, quiróptero que estuvo a punto de extinguirse en México y Estados Unidos. Tras un intenso trabajo, sus poblaciones se recuperaron y en nuestro país desde 2015 salió de la lista de especies en peligro (aunque sigue bajo protección especial). Pues bien, este importante polinizador y dispersor de semillas habita en esta serranía. Como los murciélagos, ¿cuántas especies es urgente estudiar?, ¿cuántas por descubrir? Sin duda, el primer paso para hacerlo, pasa por fuerza por la protección de las sierras.
Custodios de los saberes
A la fauna y flora de las sierras La Giganta y Guadalupe hay que sumar que la región resguarda un patrimonio histórico y cultural que incluye pinturas rupestres y petrograbados, las misiones religiosas y especialmente a los pobladores de la región: los rancheros, una cultura única en el país, que da identidad e historia a toda Baja California Sur.
El origen de la cultura ranchera se remonta al siglo XVIII, cuando españoles, sobre todo soldados, así como colonos que los jesuitas llevaron para trabajar en las misiones se encontraron en los oasis con los pueblos originarios, como los cochimíes, guaycuras y pericúes, dando por resultado un mestizaje del que nacería una nueva sociedad.
Los foráneos aportaron la agricultura (desconocida por los locales), la ganadería y los oficios, mientras que los locales, conocimientos tradicionales como la herbolaría y el uso racional del agua. Desde entonces, los rancheros son los custodios de saberes remotos que les permiten subsistir en el inhóspito desierto, además de que su aislamiento (hay rancherías a las que se llega tras un par de días a lomo de mula), ha hecho que su modo de vida sea casi el mismo desde hace siglos.
Sobre la actual presencia humana hay que decir que si este territorio se mantiene en un buen estado de conservación es en gran medida debido a que está escasamente poblado: si el más reciente censo (2015) señala que Baja California Sur es el estado menos habitado del país, en el caso de las sierras, apenas viven cerca de 4,000 personas; más de 80% lo hacen en ranchos unifamiliares.
Desde luego, esto no significa que muchas de sus áreas no hayan sido impactadas o peor aún, que toda la sierra esté amenazada y con ésta una cultura que es historia viva. “Se trata de amenazas muy bien identificadas”, nos dijo Sarahí Gómez Villada, “por ejemplo, la introducción de especies para la ganadería o la agricultura que desplazan a las nativas, o la tala y cacería ilegal. Al final, la problemática biológica afecta a personas que lograron sobrevivir en este ambiente por siglos”.
Las cuevas que hablan
Al menos 10,000 años antes de que un conquistador pusiera su pie en la península de Baja California, pueblos nómadas ya la recorrían. El encuentro con los jesuitas significó su fin. Sin embargo, dejaron constancia de su presencia; prueba de ello es la importante colección de pinturas rupestres y petroglifos que existen en las sierras La Giganta y Guadalupe.
Solamente en el área de Guadalupe se sabe de al menos 800 sitios con estas manifestaciones de la cultura cochimí. De ellas, quizá las más enigmáticas son las halladas en la cueva de San Borjitas. María de la Luz Gutiérrez, arqueóloga del INAH, quien desde hace más de 30 años ha estudiado las pinturas rupestres de Baja California Sur, ha catalogado 120 motivos de grandes dimensiones plasmados en toda la cavidad pétrea de San Borjitas. La investigadora sospecha que éstas son las más antiguas del estilo “Gran Mural”, esto es, pinturas monumentales que representan personas, deidades y fauna. Las de San Borjitas se han datado en 7,500 años, esto es mucho antes de que los aztecas desarrollaran su cultura.
La importancia de la pintura rupestre sudcaliforniana llevó a que las cuevas pintadas de la vecina sierra de San Francisco fueran declaradas en 1993 Patrimonio Mundial de la Humanidad por la UNESCO; sin embargo, la belleza e importancia de las que se encuentran en La Giganta y Guadalupe, sin duda hacen necesaria la extensión de la declaratoria.
El gran reto de las sierras
Hasta aquí queda claro el enorme valor cultural y ecológico de La Giganta y Guadalupe. ¿La manera de preservarlas? Declarándolas Reserva de la Biosfera. De esta manera quedarían protegidos no sólo los ecosistemas que alberga, sus especies, la cultura ranchera y sus vestigios arqueológicos, sino además su función primordial: darnos la preciada agua.
Además, el territorio protegido se sumaría a las otras nueve áreas protegidas que existen en Baja California Sur, como la del Vizcaíno, al norte del estado y la más grande de México. También a otros esfuerzos como el Plan para la Conservación para el Corredor San Cosme Punta Mechudo, impulsado desde 2001 por Niparajá o las Unidades de Manejo de Vida Silvestre (UMA) que han sido cruciales en el rescate y posterior aprovechamiento del borrego cimarrón por medio de la caza controlada y responsable.
Pero, ¿qué puede amenazar a una región remota y poco poblada? El biólogo Juan Hernández Chimol afirma que “contrario a lo que se cree, el desierto es un ecosistema muy frágil; es muy fácil romper su equilibrio. En el caso de las sierras, se está alterado alrededor de los asentamientos poblacionales; fenómenos como los huracanes que nos han golpeado, también lo altera y tarda mucho en recuperarse”.
Sin duda, olvidarse de los viejos saberes está dejando huella. ¿El más importante? El uso racional del agua. Como señala Francisco Olmos, Director Ejecutivo de Niparajá, el recurso está en crisis: “las sierras proveen el agua al Valle de Santo Domingo, que de acuerdo con datos de 2019 de Conagua, es el acuífero que presenta el mayor déficit en la entidad (del orden de los 40 millones de metros cúbicos). Es decir se está extrayendo más agua de la que se recarga. Y esto se está exacerbando cada año”.
La modernidad también ha traído el desarrollo turístico y habitacional sin una planeación adecuada. La construcción de caminos que cortan los corredores naturales son otro problema, así como la caza y la tala ilegales, sin olvidar la introducción de fauna y flora exótica, como los chivos, que se han convertido en un dolor de cabeza para toda la península (incluidas sus islas), la tilapia, el cerdo y hasta los burros —estas dos últimas especies que se hacen ferales—, o el velo de virgen, una planta que invade los oasis consumiendo su agua.
Desde luego, la tentación de la minería, actividad tan dañina para el medio ambiente, ronda las sierras: a la fecha se han otorgado 16 concesiones, aunque aún ninguna está en operaciones.
También la cultura ranchera está siendo presionada: “de acuerdo con el INEGI, de 700 a 1,000 personas dejan de vivir en la sierra cada año”, nos explica Francisco Olmos; “por lo que para 2040 sólo quedarán los adultos mayores que se resisten a salir de las comunidades rurales”. De acuerdo con el experto, esto se debe a los altos niveles de marginalidad de la zona.
La tenencia de la tierra es otro problema, ya que es común que los rancheros no tengan sus papeles en regla o, como sostiene Olmos, que “aún cuando sean propietarios, al emigrar y abandonar sus tierras, se propicia que sean ocupadas, por ejemplo, por grupos inmobiliarios que buscan construir desarrollos turísticos”. A esto sumemos que la globalización ha traído el consumo externo, demeritando las artesanía y productos locales, es decir, se genera como dice el experto: “un vacío social”, y con éste la pérdida de una parte de la historia nacional.
Mario Sánchez, Director Regional Noroeste del CEMDA, asegura que podemos entender la figura de Área Natural Protegida (ANP) si pensamos que ésta nos provee de un stock ambiental: “imagina que tienes un almacén; para operarlo, necesitas una reserva. Así, una ANP es una especie de reserva de agua, oxígeno, especies o bosques que podemos aprovechar”.
Sin embargo, el experto agrega que hay una mala interpretación sobre lo que es una ANP: “se piensa que se trata de expropiar tierras, pero no es así; la idea es poner límites sanos que incluso tienen beneficios para quienes habitan la zona protegida. De hecho, la población siempre se debe tomar en cuenta”. Un ejemplo de esto último lo da Juan Hernández Chimol: “Por sus características, Baja California Sur no tiene una vocación ganadera, pero los rancheros de siglos atrás siempre han tenido vacas o chivos; ¿se trata de quitarles su tradición? No, sino de ayudarles a tener un manejo responsable de ese recurso”. El biólogo además considera que hay actividades productivas que tienen un impacto positivo y que además reditúan ganancias para sus pobladores.
Como nos dijo Francisco Olmos, antes de considerar una Reserva de la Biosfera, los promotores ya trabajaban en proyectos productivos con los rancheros, por lo que la declaratoria “complementaría las acciones previas desarrolladas”.
Por todo lo anterior, la creación de la Reserva de la Biosfera Sierras La Giganta y Guadalupe otorga un marco jurídico que sería el paso para primero comenzar a resolver una serie de problemáticas, y después, más importante, brindar certeza de que toda el área se preservará para bien de las futuras generaciones de mexicanos.
La amenaza del carbón
Tradicionalmente, el mezquite ha sido importante para la cultura ranchera; casas, cercos y corrales se hacen con esta madera. Sin embargo, los rancheros le han encontrado otro uso: de la especie se obtiene un excelente carbón. El problema es que sólo se puede obtener de los ejemplares más antiguos, lo que está agotando a la especie; debido a que los árboles jóvenes no sirven para esta actividad, la especie aún es viable.
Otra especie utilizada para obtener carbón es el palo fierro: “tiene calidad de exportación”, comenta Sarahí Gómez Villada del CEMDA. Pero al igual que el mezquite se está sobreexplotando y los ejemplares más viejos, algunos milenarios, se perderán, y con estos, la historia natural de la sierra que guardan en sus anillos. ¿La alternativa? “Talar dentro de un marco regulado para evitar la sobreexplotación, al mismo tiempo que se les ofrece una alternativa económica a los rancheros”. El uso de la olla solar y la estufa Patsari, tecnologías ecológicas, también disminuirían la huella de carbono de los habitantes de la sierra.
Un recurso valioso por explorar
¿Puede ser el turismo un factor que influya en la preservación de las sierras? “Sí, siempre y cuando sea de bajo impacto”, nos dijeron expertos consultados del CEMDA. No sólo eso, el turismo de naturaleza, pernoctar en la sierra, paseos en mula y mucho más, podría ser una importante actividad económica para los rancheros y las pequeñas ciudades del área.
Actualmente, aunque la actividad prácticamente es inexistente, la experiencia dice que es posible: a una muy pequeña escala se realizan excursiones a las pinturas rupestres o la ruta de las misiones. Lo mismo sucede con los oasis, mientras que el turismo cinegético ha demostrado su potencial. ¿El reto? Que beneficie ante todo a la población que habita las sierras.
El símbolo de México
Un habitante de estas montañas es el águila real (Aquila chrysaetos). Así es: el imponente rapaz que aparece en nuestro escudo nacional y que es una de las especies sujetas a protección especial que aquí viven. La importancia de esta ave radica en que contribuye a la estabilidad de los ecosistemas, al regular las poblaciones de liebres, conejos e insectos. Las acciones para preservarla han dado frutos y la CONANP informó que de las 70 parejas censadas en 2010 en todo el territorio nacional, para 2019 el registro subió a 159. En el caso de Baja California Sur se sabe de su presencia, especialmente en la Reserva de la Biosfera Sierra La Laguna, pero también en Las Sierras La Giganta y Guadalupe.