El justo valor del mar

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Foto: Alberto Lebrija

POR: Amaya Bernárdez de la Granja

Debido a que los servicios que en general proporcionan los ecosistemas no se cuantifican en términos comparables con cualquier otro servicio económico, lamentablemente a veces se subestiman y minimizan las políticas que comprenden su uso y preservación.

Puesto que los servicios ambientales contribuyen de forma determinante con el bienestar de la población, hay que darles su justo valor y peso, lo mismo que al capital natural, que es el que los genera. De ahí la pertinencia de evaluarlos económicamente para ampliar las bases de información e inducir el diseño de políticas y toma de decisiones racionales en su favor.

Cabe aclarar que la mayor parte de los usos y propiedades intrínsecas de los servicios ambientales son intangibles y se encuentran fuera de los mercados económicos tradicionales, como la biodiversidad, el paisaje, la captación de bióxido de carbono y protección ante desastres naturales costeros, entre otros. Sin embargo, indudablemente tienen un gran peso, sino es que el mayor, en la valorización monetaria de los ecosistemas.

A pesar de la dificultad de aplicar metodologías adecuadas y la complejidad de los procesos ambientales, existen cada vez más estudios que dan estimaciones del valor económico total de los ecosistemas más relevantes del planeta, y de sus servicios ecológicos asociados. Sirven así como una primera aproximación para hacer más aparente el valor potencial de los mismos, y para ligar en posteriores análisis la compleja dinámica de los procesos físicos y biológicos con el valor de estos procesos sobre el bienestar humano.

Vale la pena destacar uno de los estudios más recientes, elaborado por el Fondo Mundial para la Naturaleza (WWF, por sus siglas en inglés) en 2015, Revival Ocean Economy Report, que aporta cifras sorprendentes con relación al valor económico de los sistemas biológicos y presenta una clasificación sólida y bien sustentada de éstos y de sus servicios ambientales. Considera que, grosso modo, el valor de los mares es de 24 trillones de dólares, e incluye estimaciones de la productividad directa; por ejemplo, el transporte oceánico y costero, y otros como el turismo, la educación ambiental y la captura de carbono.

Si comparamos esta cifra con el PIB global, que según el Banco Mundial en 2016 fue de 75.5 trillones de dólares, nos damos cuenta de la inmensidad del dato.

Cabe señalar que la mayor parte radica en servicios ambientales ubicados fuera de los mercados económicos tradicionales como regulación de gases, regulación de perturbaciones naturales, procesamiento y desintegración de basura y ciclo de nutrientes. Tan sólo el papel fundamental que juegan los pastos marinos como retenedores de arena y sedimentos representa —según el mismo estudio de WWF— 2.5 trillones de dólares al año, es decir, un valor que supera al PIB de muchos países en desarrollo.

Hay que destacar la primacía de los sistemas marinos por encima de los terrestres (además de considerar que abarcan tres cuartas partes del planeta), en la generación de servicios y recursos que proporcionan bienestar al hombre. Sin duda alguna, de ahí se deriva la tendencia milenaria de habitar junto a sus orillas. Es difícil concebir la historia del ser humano sin los océanos y el papel comunicante de éstos.

En México tenemos olvidados los mares. Son varias las razones que en gran parte radican en factores culturales, pero siempre se llega tarde con respecto a su contraparte terrestre, tanto en el desarrollo de políticas públicas de regulación como de conservación de sus recursos.

Quizá históricamente hemos minimizado su importancia y por lo tanto no resolvemos sus problemas con la profundidad debida. Y, sin embargo, urge resolverlos porque ante la ausencia de una regulación pesquera estricta, la falta de ordenamientos marinos y las escasas acciones de conservación, se están destruyendo con permiso grandes porciones de la plataforma continental y una enorme variedad de recursos marinos. Entonces, es nuestra obligación promover acciones vitales para la conservación y protección no sólo de los mares de México, si no los del planeta entero.

Sobre el autor

Fue Coordinadora de Asesores de la Conanp, Directora General de Participación Ciudadana en la Segob y Directora de Gobernación en la Delegación Miguel Hidalgo.

Durante 20 años, ha desarrollado amplia experiencia en ecología arrecifal, turismo de conservación, creación de áreas naturales protegidas, consenso social y negociación. Actualmente es Directora General de Sociedad Informada, A.C.